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El síndrome ¿francés?

Actualizado: 13 dic 2022

Escribir sobre Francia, insistir sobre Francia... ¿todavía?


Todavía. Decirle a casi cualquier latinoamericano… (corrijo, son muchas más las nacionalidades) que vives en Francia o que te vas para allá suele despertar reacciones de asombro, admiración y unos dos o tres uh la lá en tono bromista (es estereotipo, pero los franceses sí lo dicen, solo con una entonación diferente a la nuestra).


Total que la tierra del vino, el queso y el amor, sigue siendo fantasía para muchas personas. Oh la lá. Cultura, arte y arquitectura, cientos de museos, miles de franceses, el país al que tantos escritores han llamado hogar mientras escribían algunas de sus obras seminales (y si hablamos de los latinoamericanos para qué: aquí se juntaron Hemingway, Fitzgerald, Picasso y Dalí en los 20, pero en los 50/60 fue la patria adoptiva de García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar y Carpentier, aquí se dio un tiro Antonieta Rivas Mercado y murió como deseaba César Vallejo).


Caminar en blanco y negro, al lado del Sena, sentirse en Jules et Jim o cualquier otra película de la nueva ola. Resulta que Francia es más como Los 400 golpes, pero me estoy adelantando.


Muchas veces escuché antes que vivir en Francia no es fácil y pensaba que quienes lo decían eran débiles, demasiado arraigados a sus costumbres latinoamericanas, sin entendimiento real de la psique francesa. Por supuesto, eso lo pensaba a los 20 años, cuando me sentía más lista y poderosa que todo el mundo. A los 29, les doy toda la razón. Vivir en Francia no es fácil.


Hay una enfermedad conocida como el síndrome de París, que le da a quienes enfrentan su idealización de la ciudad de la luz con la oscura realidad (chequen este blog de Aniko Villalba para saber más). Si bien a mí no me pasó eso con París como tal, vengo de una ciudad más grande, más sucia, más ruidosa, y asumo que ninguna gran ciudad es limpia -no conozco Tokio-, así que cuando conocí la ciudad dos años atrás, en un viaje de trabajo, me pareció hermosa, literaria, fílmica, y los franceses amables, tímidos y generosos.


No, el golpe me vino después de vivir un par de meses en Francia. Y entre más lo reflexiono, el problema no es Francia per se, sino las preconcepciones que uno tiene como extranjero. Los franceses son amables, sí, pero a nivel superficial, hacer amigos franceses aquí es muy difícil, y me pregunto si nosotros también lo somos, los latinoamericanos, si hacemos sentir fuera de lugar a la gente o los incluimos en nuestros propios países. Yo pienso que incluimos, pero la verdad ya no estoy segura de mis percepciones pasadas de la vida.


Lo que sin duda es muy real es que integrarse a esta sociedad es muy complicado. No hay una reunión en la que haya extranjeros en la que alguien no empiece a quejarse amargamente de los franceses. Antes pensaba que era una percepción latinoamericana, pero he escuchado quejas similares de parte de checos, alemanes, españoles, holandeses, chinos, tailandeses, estadounidenses, canadienses, marroquíes…


Es difícil saber por qué esto ocurre, y por supuesto tengo mis teorías que no compartiré aquí porque no tienen mayor fundamento que mi propia experiencia y los testimonios de mis amistades. Pero no voy a olvidar que una amiga que lleva siete años viviendo aquí me dijo un día: no fue sino hace un año que me empecé a sentir aceptada e incluida por los franceses. Seis años le tomó, y eso casada con un francés.


Por supuesto habrá quien haya tenido experiencias maravillosas, y esto no es un texto contra Francia, sino más bien una reflexión sobre los choques que vienen por la idealización que tenemos de prácticamente cualquier lugar, pero con ciertas culturas más. Quizás porque son dominantes del pensamiento occidental. Quizás porque las romantizamos o porque ir de vacaciones es muy diferente a vivir una vida cotidiana. Las razones son muchas, y cambiarán para cada quien.


La arquitectura me sigue pareciendo hermosa. Estoy orgullosa de poder comunicarme bastante en el idioma. Nunca me arrepentiré de todo el pan que comí y los kilos que gané. Los amigos (franceses y no) que hice aquí son de las personas más generosas y maravillosas que conozco. Sin embargo, estoy lista para decir adiós por un rato.

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