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El privilegio de estar lejos

Actualizado: 13 dic 2022

Hace casi un año me mudé de la Ciudad de México. No es la primera vez que me voy y consigo despejarme de la sensación de asfixia que genera en sus habitantes ese enorme monstruo lleno de feminicidios, contaminación y violencia (de la otra, porque está la feminicida y la que sí afecta a todos).


Cada vez que me iba, era como un respiro de aire fresco y regresaba energizada. Pero esta vez es diferente. No sé si regrese, a vivir al menos, ni sé cuándo. Ni siquiera sé si quiero volver. Y eso cambia mi perspectiva de modos que no imaginé. La extraño más que nunca y también la odio más que nunca.


Desde mis 4 años hasta mis 27 viví allí casi ininterrumpidamente, con viajes de trabajo o escapes familiares de por medio que me hacían sentir alivio. Yo pensaba que era por conocer lugares nuevos, pero ahora me doy cuenta que no. Me aliviaba no estar en esa ciudad, que por supuesto está llena de personas que amo, de amistades entrañables, de mascotas, y de recuerdos.


Me doy cuenta de por qué me aliviaba y por qué me siento tranquila desde donde escribo, donde puedo caminar de madrugada hacia mi casa sin acoso, donde le puedo decir a un hombre en una fiesta que me deje en paz y lo hace, donde parece no haber problemas (claro que los hay, pero el volumen es de una diferencia brutal).


La violencia contra las mujeres, los feminicidios, las violaciones, el acoso, que son el pan nuestro de cada día en México (todo el país). Cada vez que veo una noticia sobre alguno de estos temas lo primero que pienso es: ya no estoy ahí, por suerte. Como si el privilegio de la mudanza fuera el privilegio de la vida misma.


Entonces, aunque me siento muy cercana a mis amigas y a mi madre, de golpe me doy cuenta de la distancia y las siento desprotegidas. Sé que esta visión es horrible y que no es del todo cierto. Pero, no puedo evitarla.


Abrir Twitter es enfrentarse todos los días a fotos de mujeres desaparecidas, historias de acoso en la calle, intentos de secuestro, robo, lanzarse de un Uber en movimiento porque el conductor dejó de responder, recomendaciones de qué hacer en esos casos y hombres burlándose de nosotras. Todos los días.


Este texto lo empecé a escribir en abril del año pasado, poco después de mudarme, porque asesinaron a una chica en condiciones que ahora escapan mi memoria. Vuelvo a él cada cierto tiempo, a continuarlo, o editarlo, o simplemente leerlo sin atreverme a publicarlo. Anoche pensaba que ya debería soltarlo y hoy la noticia es el asesinato de otra chica, desollada.


No hay día que no me sienta así. Quisiera agarrar a todas mis amigas y traerlas a mi lado, a que vivamos en un lugar donde no matan a nueve mujeres cada día (pero sí a una cada dos días). Por supuesto no puedo, no sé ni siquiera por cuánto tiempo más podré estar fuera, no sólo por los lazos afectivos que me llaman con tanta fuerza.


Sentirme segura también me hace sentir culpa. Estar fuera de México, como mujer, es un privilegio. Es el privilegio de estar viviendo, y no sobreviviendo.

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