Hace tres semanas que estoy en México, en casa de mis padres, de vuelta antes de lo planeado, por tiempo indefinido, y sin salir de casa. Anoche soñé que perdía mi vuelo de Francia a México. Evidentemente, tres semanas no han sido suficiente para procesar el estrés de una salida tan estrepitosa. De hecho creo que apenas comienzo a lidiar con mi partida y mi llegada.
Yo no planeaba escribir sobre esto. Tampoco planeaba volver a México antes de junio. Pero aquí estoy, haciendo cosas no planeadas. Leí por ahí que si quieres hacer reír al covid19 le cuentes tus planes. Siguiendo la consigna de cuarentena organizada por @losviajesdenena, respondo a la pregunta: ¿dónde estaba cuando toda esto se volvió real? Tengo dos respuestas.
La primera, estaba en Francia, era mi última noche oficial allá. Mi visa estaba a punto de terminar e iniciaba mi plan para viajar un par de meses por Europa. Tenía estancias reservadas a través de un sitio web que te permite quedarte en casa de alguien un par de semanas y ayudarles a cuidar a los hijos, por ejemplo, durante unas horas al día. Tenía ya apartada Italia (aunque ese plan cayó antes de que explotara en toda Europa), Portugal y España - aunque por suerte algo me dijo que no comprara los boletos de avión o tren o bus con demasiada antelación).
Total que era mi última noche oficial, dejaba mi depa, dejaba las maletas en casa de una amiga y me iba hacia Londres para visitar a una amiga y para salir de la Unión Europea antes de que terminara mi visa, de modo que al volver a entrar, lo hiciera como turista. Fui a cenar con mis amigas, y alguien trajo a colación que las cosas se estaban poniendo difíciles en Francia y que al día siguiente Macron se iba a dirigir a la nación. Eso me disparó la ansiedad, no sabía si irme o no a Londres, tenía que dejar el depa, temía quedarme atrapada en Inglaterra con sólo una mochila de cosas.
Aún así me fui, con la esperanza de que sí debía cancelar todos mis viajes, al menos me quedaba España, donde acababa de nacer una sobrina a la que quería ir a conocer. Cuando aterricé en Londres me llegó un mensaje de la madre de la recién nacida. La cosa se estaba poniendo muy mala en España, no compres tren para acá porque casi seguro que cierran fronteras. Ahí entré en pánico y me puse a revisar boletos para poder volver. Después de varios dimes y diretes conseguí un boleto que salía de Francia, donde seguía mi maleta.
Volví a Francia unos días después (aquí va un agradecimiento enorme a mi amiga Maya, quien me dio refugio en Londres y me ayudó con la ansiedad extrema de esos días). Pese a mi pánico de que no me dejaran entrar, los oficiales de aduana apenas y revisaron mi pasaporte, ni siquiera se fijaron en mi Visa, razón por la que había salido en primer lugar. Le escribí a mi ex casera y le pedí permiso para quedarme unas cuantas noches en lo que me tocaba tomar mi vuelo (ella amablemente me dijo que sí y me dejó libros y rompecabezas en el departamento).
Y entonces habló Macron: Estamos en guerra, no salgan de casa, se cierran fronteras. Ese fue el momento donde todo se volvió real, real, realísimo. El lenguaje de guerra me asustó, y los muchos mensajes que recibí de amigos y conocidos diciéndome que no iba a poder salir, que qué iba a hacer, me dispararon la ansiedad. Pasé unas cuantas horas sin dormir hasta que pude contactar por la mañana al consulado (otra vez tuve suerte, pese a que muchos mexicanos se quejaban en grupos de Facebook de que la embajada no les contestaba, a mí sí), me dijeron que mi vuelo funcionaba con normalidad y que para llegar de mi ciudad al aeropuerto, el pasaporte y el boleto de avión eran suficiente salvoconducto.
Unas horas de tranquilidad y luego otro mensaje de Macron, más fuerte que el anterior (estaba molesto pues la gente no seguía las órdenes iniciales y seguía saliendo de casa). Reglas más estrictas, pero al parecer no me afectaban. Llegó un mensaje de la compañía de trenes que me llevaría al aeropuerto. Mi corazón se detuvo, pero no era más que la confirmación de que mi tren era uno de los únicos dos que saldrían cada día hacia el aeropuerto Charles de Gaulle.
Mi memoria está un poco difusa. Sé que tenía Friends en la tele, corriendo como un sonido reconfortante y familiar aunque no prestaba atención. Sé que comí, que me bañé, que guardé cosas en la maleta y que fui a la farmacia a buscar tapabocas o gel antibacterial -no había ninguno-. Sé que me quemé la mano, rompí un vaso y me hice dos moretones. Sé que fui a recoger la maleta a casa de una amiga mexicana que me la había guardado, que me acompañó a la estación de tren y que no pudimos abrazarnos cuando por fin subí, pero que a ambas se nos llenaron de lágrimas los ojos.
Un tiempo después estaba en el aeropuerto, desierto como película utópica, esperando subir al avión y volver a casa. Me enojó la falta de solidaridad de algunos pasajeros, que exigian su trato privilegiado de primera clase mientras alrededor había gente que no sabía cómo iba a volver a casa. Para distraerme me puse a conversar con un grupo de señoras que estaban de vacaciones cuando todo se volvió real. Fueron ellas quienes, al aterrizar en México a las 4 am, empezaron a gritar VIVA MÉXICO, como si fuera 15 de septiembre.
Al salir del avión nos tomaron la temperatura, pasamos aduana, migración y finalmente salí y vi a mis padres. Nos mantuvimos medio alejados, apenas y me alcanzaron una mascarilla. Qué extraño no abrazarlos, pero el alivio de estar en casa estaba ahí. Los primeros días en México comí mucha comida mexicana, conversé mucho con mi mamá, vi un montón de películas y pasé varias noches de desvelo gracias al cambio de horario.
Unos días después, la amenaza del covid19otra vez se volvió real y yo seguía sin poder abrazar a mi mamá. Pero de eso les cuento más adelante, es mi segunda respuesta. Cuídense y quédense en casa.
