Un día como hoy, 29 de marzo, pero de 1995, me fui de Cuba y llegué a México. Tenía 4 años.
De ese día, que viene a ser como un segundo nacimiento, el día que me hice mexicana quizás, no me acuerdo de nada.
Pero me han contado que mi abuela (con quien llevaba 9 meses viviendo en La Habana), me llevó de la mano al Aeropuerto Internacional José Martí. Y me dio una estampita de la Virgen de Guadalupe, para que me cuidara en lo que llegaba con mis papás.
No sé si lloré o no al despedirme de mi tía y mi tío, los adolescentes que me cuidaron y jugaron conmigo esos 9 meses. Tampoco cómo reaccioné al irme al avión con un amigo de mis papás que hizo el favor de viajar conmigo.
Dicen por ahí que en el vuelo de 3 horas que va de La Habana al entonces Distrito Federal vomité y lloré medio desesperada.
Cuando llegamos a México, no dejaron al amigo de mis papás salir conmigo porque no era nada de él, y ¿qué tal que era una niña secuestrada? Así que me pasaron a las oficinas de inmigración.
Mis papás, afuera, sin saber qué pasaba, esperaron dos horas hasta que por fin los llamaron y me pudieron ir a buscar a esas oficinitas terribles de los aeropuertos donde te meten si creen que eres criminal.
El oficial de migración que me entregó berreando les dijo que se le partía el corazón por tenerme ahí llorando desconsolada.
Después de eso llegamos al departamento en el que vivían mis papás en ese momento, en la calle de Anaxágoras.
No recuerdo nada de ese espacio y aún así cuando paso por esa calle de la colonia Narvarte me da como una oleada de nostalgia.
Esta historia suena muy dramática, y la verdad es que lo fue, como tantas historias de cubanos, atravesados por la política y leyes que no permitían a los niños estar con sus padres (por eso tuve que estar 9 meses con mi abuela). Pero cuando era niña, los 29 de marzo eran una fecha súper especial, tal vez por el reencuentro, o por ser el aniversario de una fecha que cambió el rumbo de mi vida.
Luego dejó de ser tan importante, pero este año, en el que se cumplen 27 años de que llegué a México, me dieron ganas de dedicarle unas palabras a esta fecha.
Este año me he preguntado mucho qué sentía esa niña asustada, qué pensaría de lo mexicana que soy cuando ella lloraba si comía enchiladas, de que hable como chilanga cuando ella escuchaba que cantaban.
Y con este texto le doy un abrazo y le digo: todo salió bien en México, estamos bien.
(pd en la foto ya vivía en México y era feliz viendo Los Supercampeones y jugando en los carritos eléctricos de afuera del super).